lunes, 21 de noviembre de 2011

Villares del Saz. Cuenca.


Rodrigo de Vera Centellas, natural de Zaragoza. Con el grado de capitán luchó contra los moros en Granada. En Jerez de la Frontera, en donde se radicó, casa con Beatriz de Vargas. Padres de:



García de Vera y Vargas, natural de Jerez de la Frontera y alcalde de esta ciudad,
donde casa con Aldonza de Zurita y Haro,  que se titula señora de Villar de Saz, hija de María de Haro y Vargas, señora de Villares del Saz,  que casó con su pariente Fernando de Zurita y hermana del señor de Villares del Saz. Padres de:
Pedro de Vera Zurita, natural de Jerez de la Frontera. Casa con María de Matera.

Manuel Pedrajo autor del libro Los Platillos volantes y la evidencia,  recogía  en esta obra uno de los primeros encuentros con platillos volantes en España que tuvo lugar  Villares del Saz  en julio de 1953. Manuel Pedrajo murió el 27 de diciembre de 2009.
Máximo Muñoz Hernáiz, pastor de Villares del Saz (Cuenca), salió a apacentar a sus vacas la mañana del 2 de julio de 1953. Las horas transcurrían lentas y Máximo las pasaba con los pensamientos propios de un joven de 12 años.

Sobre las 13:00 horas Máximo prestaba especial atención a que los animales no entrasen en los campos sembrados por lo que no prestó atención a un leve zumbido que sonaba detrás de él. Transcurrido un tiempo el muchacho pudo ver lo que en un principio identificó como un “globo grande” como los que tiraban en las ferias por aquellos años, pero aquel globo no brillaba tanto como lo debería haber hecho. El joven describió al objeto comparándolo con una “tinaja” de algo más de medio metro de ancha, de color amarillo y brillante, semejante al acero brillando al sol, y una altura de 1,30 metros.

Pensando que se trataba de un globo el pastor hizo el intento de cogerlo y no le dio tiempo a moverse. Una pequeña puerta se abrió en aquel aparato y comenzaron a salir tres “tietes” de unos 65 centímetros de altura, rasgos orientales y una piel amarilla. Los tres seres bajaron dando un pequeño salto, se acercaron hasta donde Máximo permanecía expectante y se colocaron rodeándolo: uno a cada lado y otro delante. El que estaba delante se le digirió en un idioma que el pastor, totalmente analfabeto, no pudo entender. El portavoz de los “tietes”, que iban vestidos con traje azul, gorra chata con visera y una especie de insignia en el brazo, al ver la cara de incomprensión del muchacho le dio una pequeña bofetada en la cara, quedaron un poco mirando el paisaje, se acercaron a su vehículo y agarrándose de algo que llevaba el “globo” daban un pequeño salto y entraban. El objeto aumentó su luminosidad y ascendió raudo haciendo el mismo sonido que al principio. Asustado el pastor agrupó su ganado y volvió a casa donde contó su experiencia.

El padre, Felipe Muñoz Olivares, en compañía de la guardia civil, acudió al lugar y pudieron comprobar la existencia de unas pisadas y de cuatro agujeros de 5 centímetros de profundidad separados 36 centímetros unos de otros.

Todo hubiera quedado en una simple anécdota si no hubiera sido por la existencia de otros testigos, entre ellos Crescencio Atienza Martínez, guardia civil de Honrubia, quien aseveró haber visto una esfera de color gris blanquecino que volaba sin estela en dirección al levante español proveniente de Villares. El periódico Ofensiva se hico eco de la noticia y publicó notas informativas los días 12, 16, 19 y 26 de julio de 1953. El pastor Máximo Muñoz no volvió a hablar jamás del suceso.

El día 26 de junio de 1953 fue observado, por los vecinos de El Provencio (Cuenca), un “lucero” que se hallaba a una altura considerable, despedía una intensa luz y estaba, aparentemente, estático: “El fenómeno consistió en la aparición, a las siete de la mañana, de una luminaria que no se extinguió hasta las doce y seis minutos del día.” (Ya, 25 de julio de 1953).

El “extraño” objeto fue visto, también, en otros lugares de la provincia, como Honrubia y San Clemente (Ofensiva, 26 y 30 de julio de 1953). Desde Albacete se pudo presenciar un fenómeno parecido, probablemente el mismo que se observó en Cuenca (V-J Ballester Olmos, “El aterrizaje de Villares del Saz”, CÍCLOPE la incógnita del espacio, nº 17, 1969).













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